LIBRO III (Β)
Capítulo 1
FORMULACIÓN DE LAS APORÍAS
Es necesario, en relación con la ciencia que buscamos, examinar primero las aporías o dificultades que es preciso plantearse en primer lugar. Me refiero a cuantas opiniones diferentes de la nuestra sustentaron algunos en este punto, y a lo que, fuera de ellas, puede haber sido omitido.
Los que quieren investigar con éxito han de comenzar por plantear bien las dificultades, pues el éxito posterior consiste en la solución de las dudas anteriores, y no es posible soltar, si se desconoce la atadura. Pero la dificultad del pensamiento pone de manifiesto la atadura en relación con el objeto; pues, en la medida en que siente la dificultad, le ocurre algo así como a los que están atados; en ninguno de los dos casos, efectivamente, es posible seguir adelante. Por eso es preciso considerar bien, antes, todas las dificultades, por las razones expuestas y porque los que investigan sin haberse planteado antes las dificultades son semejantes a los que desconocen adónde se debe ir, y, además, ni siquiera conocen si alguna vez han encontrado o no lo buscado; pues el fin no es manifiesto para quien así procede, pero para el que se ha planteado antes las dificultades sí es manifiesto. Además, es evidente que está en mejores condiciones para juzgar el que ha oído, como si fuesen partes litigantes, todos los argumentos opuestos.
- La primera dificultad se refiere al problema que ya nos hemos planteado en la Introducción: si corresponde a una sola o a varias ciencias investigar las causas;
- y si es propio de la Ciencia contemplar sólo los primeros principios de la substancia, o también los principios en que todos basan sus demostraciones; por ejemplo, si es posible, o no, afirmar y negar simultáneamente una misma cosa, y los demás principios semejantes.
- Y, si la Ciencia trata de la substancia, ¿es una la que trata de todas las substancias o son varias? Y, si son varias, ¿son todas del mismo género, o a unas hay que llamarlas sabidurías y a otras otra cosa?
- Y también es necesario indagar lo siguiente: si ha de afirmarse que sólo hay substancias sensibles, o también otras además de éstas, y si es único o son varios los géneros de las substancias, como dicen los que suponen las Especies y, entre éstas y las cosas sensibles, las Cosas matemáticas. Es preciso, como decimos, examinar estas dificultades,
- y también la de si nuestro estudio es sólo sobre las substancias o también sobre los accidentes propios de las substancias. Y, además, sobre lo Mismo y lo Otro, lo Semejante y lo Desemejante, y la Contrariedad’, sobre lo Anterior y lo Posterior y todas las demás nociones parecidas, acerca de las cuales tratan de indagar los dialécticos, basando su indagación en meras opiniones, ¿a qué ciencia corresponde especular sobre todas estas cosas? Y, todavía, habrá que considerar todos los accidentes propios de estas mismas cosas, y no sólo qué es cada una de ellas, sino también si una sola es contraria a una sola.
- Y también habrá que ver si los principios y los elementos son los géneros o las partes intrínsecas en que se divide cada cosa.
- Y, si son los géneros, ¿son los que en los individuos se dicen últimos, o los primeros? Por ejemplo, ¿es el animal o el hombre el que es principio y el que más propiamente existe fuera de lo singular?
- Y, sobre todo, se ha de indagar y estudiar si hay, o no, fuera de la materia algo que sea causa por sí, y si esto es separable, o no, y si es uno o más en número, y si hay algo fuera del todo concreto (hablo de un todo concreto cuando algo se predica de la materia), o no hay nada, o bien de unas cosas sí y de otras no, y cuáles son estas cosas.
- Además, hay que averiguar si los principios son determinados numérica o específicamente, tanto los que hay en los enunciados como los que hay en el sujeto.
- Y si los de las cosas corruptibles y los de las incorruptibles son los mismos o diversos, y si son incorruptibles todos o corruptibles los de las cosas corruptibles.
- Y, todavía, lo más difícil de todo y lo que causa mayor perplejidad es saber si el Uno y el Ente, como decían los pitagóricos y Platón, no es otra cosa sino la substancia de los entes, o no, sino que es alguna otra cosa el sujeto, como lo era para Empédocles la Amistad y para algún otro el Fuego, y para otros el Agua o el Aire.
- Y si los principios son universales, o bien como las cosas particulares,
- y si son en potencia o en acto. Y si son en otro sentido o según el movimiento. Estas cuestiones, en efecto, pueden causar gran perplejidad.
- Y, además, si los números, las longitudes, las figuras y los puntos son substancias o no, y, suponiendo que sean substancias, si están separadas de las cosas sensibles o son inmanentes en ellas. Acerca de todas estas cosas, no sólo es difícil descubrir la verdad, sino que tampoco es fácil plantear las dificultades razonable y convenientemente.
Capítulo 2
DESARROLLO DE LAS CINCO PRIMERAS APORÍAS
1. Examinemos, pues, en primer lugar, acerca de la cuestión que planteamos primero, si corresponde a una o a varias ciencias contemplar todos los géneros de causas. ¿Cómo, en efecto, puede ser propio de una sola ciencia conocer los principios, no siendo éstos contrarios entre sí? Además, en muchos de los entes, no se dan todos los principios. ¿Cómo, en efecto, ha de ser posible que haya en las cosas inmóviles un principio del movimiento o la naturaleza del bien, si todo lo que es bueno en sí y por su propia naturaleza es un fin y, por tanto, una causa, puesto que en vista de ello se hacen y son las demás cosas, y el fin y aquello en vista de lo cual se hace algo son fin de alguna acción, y todas las acciones se ejecutan con movimiento? Por consiguiente, en las cosas inmóviles no puede admitirse que sea éste el principio ni que haya algún Bien en sí. Por eso tampoco en las Matemáticas se demuestra nada mediante esta causa, ni hay ninguna demostración porque algo sea mejor o peor, sino que nadie se acuerda para nada de ninguna de tales cosas, por lo cual algunos sofistas, como Aristipo, despreciaban las Matemáticas. Pues decían que en las demás artes, incluso en las serviles, como la del carpintero o la del zapatero, todo se razona diciendo si es mejor o peor, mientras que las Matemáticas no se ocupan para nada de lo bueno ni de lo malo.
Ahora bien, si son varias las ciencias de las causas y cada una trata de un principio distinto, ¿cuál de éstas hay que decir que es la que buscamos, o a quién, de los que las poseen, hay que considerar como el más conocedor del tema que nos ocupa? Pues cabe que en una misma cosa se den todos los modos de las causas; por ejemplo, de una casa, la causa de donde procede el movimiento es el arte y el edificador, y aquello en vista de lo cual se hace es la obra, y la materia, tierra y piedras, y la especie, el concepto. Así, pues, a base de lo anteriormente expuesto, en cuanto a determinar a cuál de las ciencias se debe llamar Sabiduría, es razonable proclamar como tal a cada una.
Pues, en cuanto que es la más digna de mandar y de dirigir y a la que las demás ciencias, como siervas, ni siquiera deben contradecir, es tal la ciencia del fin y del Bien (pues en vista de éste son las demás cosas); pero, en cuanto que ha sido definida como la ciencia de las primeras causas y de lo máximamente escible, sería tal s la de la substancia. Pues, aunque puede saberse de muchos modos la misma cosa, decimos que sabe más de ella el que conoce qué es la cosa por su ser que el que lo conoce por su no ser, e incluso, de entre los que lo conocen por su ser, decimos que uno sabe más que otro, y que sabe sobre todo el que conoce qué es, no el que conoce su cantidad o cualidad o lo que por naturaleza puede hacer o padecer. Además, también en los otros casos, el saber cada cosa, incluso de aquellas que tienen demostración, sólo creemos que se da cuando sabemos qué es (por ejemplo, ¿qué es construir un cuadrado igual a un rectángulo?: hallar una media; y así en las demás cosas); y acerca de las generaciones y las acciones y acerca de todo cambio, cuando conocemos el principio del movimiento’. Pero éste es diferente y opuesto al fin; por consiguiente, parece ser propio de distintas ciencias el contemplar cada una de estas causas.
2. Por otra parte, también acerca de los principios demostrativos puede dudarse si son objeto de una sola ciencia o de varias (y llamo demostrativas a las opiniones comunes a base de las cuales demuestran todos; por ejemplo, que todo tiene que ser afirmado o negado, y que es imposible ser y no ser al mismo tiempo, y las demás proposiciones semejantes); ¿es una sola la ciencia de estos principios y la de la substancia, o son distintas?; y, si no es una sola, ¿a cuál de ellas hay que proclamar como la que ahora buscamos? Que sean objeto de una sola no es, ciertamente, razonable. ¿Por qué, en efecto, ha de ser más propio de la Geometría que de cualquier otra entender de estos principios? Ahora bien, si es igualmente propio de cualquiera, pero no es posible que lo sea de todas, así como no es propio de las otras, tampoco es propio de la que investiga las substancias conocer acerca de ellos. Y, al mismo tiempo, ¿en qué sentido habrá una ciencia de ellos? Pues qué es, de hecho, cada uno de estos principios, llegamos a conocerlo sin más (al menos, como conocidos los usan también otras artes). Y, si hay una ciencia demostrativa acerca de ellos, será preciso que algún género sea sujeto, y que, de ellos, unos sean afecciones, y los otros, axiomas (pues es imposible que haya demostración acerca de todos), porque la demostración tiene que partir de ciertas premisas, referirse a algo y demostrar algunas cosas. Resulta, pues, que de todas las cosas que se demuestran hay algún género único, pues todas las ciencias demostrativas utilizan los axiomas.
Por otra parte, si son distintas la ciencia de la substancia y la que trata acerca de estos principios, ¿cuál de las dos es naturalmente superior y anterior? Pues los axiomas son universales en grado máximo y principios de todas las cosas; y, si no corresponde al filósofo, ¿a qué otro corresponderá considerar lo verdadero y lo falso acerca de ellos?
3. Y, en suma, ¿es una sola la ciencia de todas las substancias o son varias? Porque, si, en efecto, no es una sola, ¿de qué clase de substancia hay que decir que es esta ciencia? Y que una sola sea ciencia de todas no es razonable. En efecto, una sola sería entonces demostrativa acerca de todos los accidentes, puesto que toda ciencia demostrativa considera, acerca de algún sujeto, los accidentes propios partiendo de las opiniones comunes’. Es, en efecto, propio de una misma ciencia considerar, acerca de un mismo género, los accidentes propios partiendo de las mismas opiniones. Pues aquello acerca de lo que se trata es objeto de una sola ciencia, y las opiniones desde las que se parte son propias de una sola, ya sea la misma ya otra; de suerte que también los accidentes son objeto de una sola ciencia, ya los consideren estas dos, ya una sola compuesta de éstas.
5. Además, esta investigación ¿es sólo acerca de las substancias, o también acerca de los accidentes de éstas? Por ejemplo, si el sólido es una substancia y si también lo son las líneas y las superficies, ¿es propio de la misma ciencia investigar estas cosas y los accidentes de cada género, acerca de los cuales hacen sus demostraciones las Matemáticas, o es propio de otra? Pues, si es propio de la misma, será también una ciencia demostrativa la ciencia de la substancia; pero generalmente se admite que no hay demostración de la quididad. Y, si corresponde otra, ¿cuál será la que considere los accidentes de la substancia? Explicar esto es, en efecto, muy difícil.
4. Y, todavía, ¿se ha de admitir que sólo existen las substancias sensibles, o también otras además de éstas? ¿Y es uno solo, o son varios los géneros de las substancias, como afirman los partidarios de las Especies y de los Entes intermedios, acerca de los cuales dicen que versan las ciencias matemáticas? Pues bien, en qué sentido decimos que las Especies son causas y substancias por sí mismas, quedó expuesto en los primeros razonamientos acerca de ellas. Pero, aunque esta doctrina tiene dificultad en muchos sentidos, nada es más absurdo que afirmar que hay ciertas naturalezas además de las que vemos en el Cielo, y decir que éstas se identifican con las sensibles, excepto en que ellas son eternas y las otras corruptibles. Dicen, en efecto, que existe el Hombre en sí, el Caballo en sí y la Salud en sí, y no añaden más, haciendo algo así como los que dicen que hay dioses, pero de forma humana; pues ni éstos hacían otra cosa que hombres eternos, ni aquéllos, al crear las Especies, más que cosas sensibles eternas.
Y, si alguien, además de las Especies y de las cosas sensibles, pone los Entes intermedios, tendrá muchas dificultades. Pues es evidente que también habrá líneas intermedias además de las Líneas en sí y de las sensibles, y lo mismo para cada uno de los otros géneros de cosas. De suerte que, puesto que también la Astronomía es una de estas ciencias matemáticas, habrá también un Cielo además del cielo sensible, y un Sol y una Luna, y lo mismo en cuanto a los demás cuerpos celestes. Pero ¿cómo se ha de dar fe a estas cosas? No es razonable, en efecto, que esto sea inmóvil; pero que sea movible es incluso totalmente imposible. Y lo mismo hay que decir de aquellas cosas acerca de las cuales trata la óptica, y la Armonía, que se estudia en las Matemáticas. Es, en efecto, imposible que estas cosas existan aparte de las sensibles, por las mismas causas. Pues, si hay cosas sensibles intermedias, y también sensaciones, es evidente que asimismo habrá animales entre los Animales en sí y los corruptibles.
También podría uno preguntarse acerca de qué entes es preciso que investiguen estas ciencias. Pues si la Geometría sólo se diferencia de la Geodesia en que una trata de las cosas que percibimos por los sentidos, y la otra, de las no sensibles, es evidente que también habrá, además de la Medicina, y además de cada una de las otras ciencias, otra ciencia entre la Medicina en sí y la Medicina sensible. Pero ¿cómo es esto posible? En tal caso, habría también otras cosas sanas además de las sensibles y de lo Sano en sí.
Y, al mismo tiempo, tampoco es verdad que la Geodesia trate de las magnitudes sensibles y corruptibles; pues se destruiría al destruirse éstas.
Por otra parte, tampoco la Astronomía puede tratar de las magnitudes sensibles ni del Cielo que vemos. Pues ni las líneas sensibles son como las describe el geómetra (ya que ninguna de las cosas sensibles es tan recta ni tan redonda; el círculo, en efecto, no toca a la tangente sólo en un punto, sino como decía Protágoras refutando a los geómetras), ni los movimientos y revoluciones del Cielo son como los que calcula la Astronomía, ni los signos tienen la misma naturaleza que los astros. Pero hay algunos que admiten la existencia de estas cosas llamadas intermedias entre las Especies y las cosas sensibles, no, ciertamente, fuera de las cosas sensibles, sino en éstas. Examinar todos los absurdos que esto implica exigiría mayor espacio, y, además, basta considerar lo siguiente. No es razonable, en efecto, que sea así sólo en lo que se refiere a estas cosas, sino que, evidentemente, también sería posible que las Especies estuvieran en las cosas sensibles (pues la misma razón habría para unas que para otras). Y, además, dos sólidos estarían necesariamente en el mismo lugar. Y no serían inmóviles, estando en las cosas sensibles, que se mueven. Y, en suma, ¿qué sentido tendría afirmar que existen, pero que existen en las cosas sensibles? Se producirían, en efecto, los mismos absurdos ya mencionados; pues habría otro Cielo además del Cielo, sólo que no separado de él, sino en el mismo lugar; lo cual es aún más imposible.
Capítulo 3
DESARROLLO DE LAS APORÍAS SEXTA Y SÉPTIMA
Así pues, sobre todo esto, es muy difícil resolver cómo es preciso proceder para alcanzar la verdad,
6. y, acerca de los principios, si es preciso tomar los géneros como elementos y principios, o más bien las primeras partes constitutivas de cada individuo, del mismo modo que los elementos y principios de la voz parecen ser aquellas primeras partes de las que se componen las voces, pero no lo común, es decir, la voz; y, de las proposiciones geométricas, llamamos elementos a aquellas cuyas demostraciones están en las demostraciones de las otras, de todas o de la mayoría. Asimismo, tanto los que dicen que son varios los elementos de los cuerpos como los que dicen que es uno, sostienen que son principios aquellas partes de las que se componen y constan; Empédocles, por ejemplo, afirma que el Fuego, el Agua y las cosas que están con éstos son elementos constitutivos de los entes; pero no los menciona como géneros de los entes. Y además, si se quiere examinar la naturaleza de las demás cosas, por ejemplo una cama, se averigua de qué partes consta y cómo se hallan dispuestas, y entonces se llega a conocer su naturaleza.
Así, pues, según estos razonamientos, no parecen ser los principios los géneros de los entes.
Pero si llegamos a conocer cada cosa por las definiciones, y los géneros son principios de las definiciones, también de las cosas definidas serán necesariamente principios los géneros. Y, si adquirir la ciencia de los entes es adquirir la de las especies según las cuales se dicen los entes, de las especies ciertamente son principios los géneros. Y también algunos de los que dicen que son elementos de los entes el Uno o el Ente o lo Grande y lo Pequeño, los tratan indudablemente como géneros.
Por otra parte, tampoco es posible hablar de los principios en ambos sentidos. Pues el enunciado de la substancia es uno; y la definición por los géneros será diferente de la que se basa en las partes constitutivas.
7. Además, aun siendo los géneros principios en grado sumo, ¿a cuáles habrá que considerar principios: a los géneros primeros o a los últimos, que se predican de los individuos? También esto, en efecto, es discutible. Pues, si siempre las cosas universales son principios en más alto grado, está claro que los géneros supremos serán los principios; éstos, en efecto, se dicen de todas las cosas. Así, pues, los principios de los entes serán tantos cuantos sean los géneros primeros; de suerte que el Ente y el Uno serán principios y substancias, pues éstos son los que más se dicen de todos los entes. Pero no es posible que sean un género de los entes ni el Uno ni el Ente; es necesario, en efecto, que existan las diferencias de cada género, y que cada una sea una, y es imposible que se prediquen de las diferencias propias ni las especies del género ni el género sin sus especies, de suerte que, si es género el Uno o el Ente, ninguna diferencia será ni ente ni uno. Pero, si el Ente y el Uno no son géneros, tampoco serán principios, si es que los géneros son principios. Además, también los Entes intermedios tomados juntamente con las diferencias serán géneros, hasta llegar a los individuos (pero ahora unos parecen serlo y otros no). Añádase a esto que las diferencias serán principios en mayor grado que los géneros. Pero, si también éstas son principios, los principios llegarán a ser, por decirlo así, infinitos, sobre todo si se pone como principio el primer género. Por otra parte, si el Uno tiene mayor carácter de principio, y si es uno lo indivisible, y si todo lo indivisible lo es o bien según la cantidad o bien según la especie, y si es anterior lo que es indivisible según la especie, y si los géneros son divisibles en especies, también será uno en mayor grado el último predicado. El hombre, en efecto, no es el género de los distintos hombres. Además, en las cosas en que hay anterior y posterior, no es posible que lo que está en ellas exista fuera de ellas (por ejemplo, si la Díada es el primero de los números, no habrá ningún número fuera de las especies de los números; y, asimismo, tampoco habrá ninguna figura fuera de las especies de las figuras. Y, si no los hay de estas cosas, difícilmente habrá géneros de las demás cosas fuera de las especies; pues de estas cosas sobre todo parece haber géneros). Pero en los individuos no hay ni lo anterior ni lo posterior.
Además, donde hay mejor y peor, siempre lo mejor es anterior; de suerte que tampoco de estas cosas habrá género. Así, pues, según esto, más bien parecen ser principios los predicados de los individuos que los géneros. Pero tampoco es fácil decir cómo hay que concebir estos principios. Es preciso, en efecto, que el principio o la causa esté fuera de las cosas de que es principio, y que pueda estar separado de ellas. Mas ¿por qué se podría suponer que hay algo semejante fuera de lo singular, a no ser porque se predica universalmente y de todos? Pero, si es por esto, habrá que admitir que lo que es más universal es también más principio; por consiguiente, serán principios los primeros géneros.
Capítulo 4
DESARROLLO DE LAS APORÍAS OCTAVA, NOVENA, DÉCIMA Y UNDÉCIMA
8. Hay una dificultad próxima a éstas, la más ardua de todas y la que más necesario es considerar, acerca de la cual se impone tratar ahora. Pues, si no hay nada fuera de los singulares, y si los singulares son infinitos, ¿cómo es posible entonces conseguir ciencia de su infinidad? Todas las cosas que llegamos a conocer, las conocemos en cuanto tienen cierta unidad e identidad y cierto carácter universal. – Pero, si esto es necesario, y si es preciso que haya algo fuera de los singulares, será necesario que los géneros estén fuera de los singulares, o bien los últimos o bien los primeros. Pero que esto es imposible, lo acabamos de ver al exponer las dificultades.
Además, si principalmente hay algo fuera del todo concreto cuando algo se predica de la materia, ¿es preciso que, en tal caso, haya algo fuera de todas las cosas, o que lo haya fuera de algunas y fuera de otras no, o que no lo haya fuera de ninguna? Si, en efecto, no hay nada fuera de los singulares, nada habrá inteligible, sino que todas las cosas serán sensibles y no habrá ciencia de nada, a no ser que alguien diga que la sensación es ciencia. Y además, tampoco habrá nada eterno ni inmóvil (pues todas las cosas sensibles se corrompen y están en movimiento). Pero, si nada hay eterno, tampoco es posible que haya generación. Es necesario, en efecto, que haya algo que es generado y algo de lo que se genera, y que la última de estas cosas sea ingénita, si es que la serie se detiene y es imposible que algo se genere del No-ente. Y, todavía, si hay generación y movimiento, es necesario que haya también un término (pues no hay ningún movimiento infinito, sino que de todo movimiento hay un término, y no puede generarse lo que es imposible que llegue a estar generado; y lo que ha sido generado es necesario que exista desde él momento en que fue generado). Además, si la materia existe por ser ingénita, mucho más razonable aún es que exista la substancia, que es lo que aquélla llega a ser al fin. Pues, si no existe ni esto ni aquélla, nada existirá en absoluto, y, si esto es imposible, necesariamente habrá algo fuera del todo concreto, y este algo será la forma y la especie. Mas, por otra parte, si alguien admite esto, surge la duda de en qué cosas admitirá esto y en qué cosas no. Pues es claro que en todas no es posible admitirlo; no afirmaremos, en efecto, que hay alguna casa fuera de las casas concretas. Y, además, ¿será una la substancia de todas las cosas, por ejemplo la de los hombres? Pero esto es absurdo. Pues son una todas las cosas cuya substancia es una. ¿Serán, entonces, muchas y diferentes? Pero también esto es irrazonable. Y, al mismo tiempo, ¿cómo llega la materia a ser cada una de estas cosas, y cómo es el todo concreto estas dos cosas?
9. Y, acerca de los principios, puede plantearse todavía esta dificultad: si son uno específicamente, nada será uno numéricamente, ni el Uno en sí ni el Ente en sí. Y ¿cómo será posible el saber, si no hay alguna unidad común a una totalidad? Por otra parte, si cada uno de los principios es numéricamente uno, y único, y no son, como en las cosas sensibles, distintos para cada una (por ejemplo, de esta sílaba, que es específicamente la misma, también los principios son específicamente los mismos; pero son diferentes en número); si, efectivamente, no es así, sino que los principios de los entes son numéricamente uno, no habrá ninguna otra cosa fuera de los elementos. Pues en nada se diferencia el decir «numéricamente uno» o «singular».
Llamamos, en efecto, «singular» a lo que es numéricamente (l000a) uno, y «universal» a lo que se afirma de éstos. Del mismo modo que, si los elementos de la voz fueran numéricamente determinados, sería necesario que la totalidad de las letras fuera igual al número de los elementos, puesto que éstos no podrían repetirse ni una ni varias veces.
10. Pero una dificultad no menor que ninguna ha sido dejada a un lado por los filósofos contemporáneos y por los anteriores: si los principios de las cosas corruptibles y los de las incorruptibles son los mismos o diferentes. Pues, si son los mismos, ¿cómo unas son corruptibles y otras incorruptibles, y por qué causa? En efecto, los contemporáneos de Hesíodo y todos los teólogos sólo se preocuparon de lo que podía convencerles a ellos, y no se cuidaron de nosotros (pues, haciendo dioses a los principios y atribuyéndoles origen divino, dicen que los que no han gustado el néctar ni la ambrosía son mortales, empleando evidentemente nombres que para ellos eran familiares; pero, en cuanto a la aplicación misma de estas causas, hablaron de manera incomprensible para nosotros. Si, en efecto, los inmortales los toman por placer, el néctar y la ambrosía no son en absoluto causas del ser, y si los toman en vista del ser, ¿cómo han de ser eternos, si necesitan alimento?).
Pero acerca de las invenciones míticas no vale la pena reflexionar con diligencia. En cambio, debemos aprender de los que razonan por demostración, preguntándoles por qué, si proceden de los mismos principios, unos entes son eternos por naturaleza y otros se corrompen. Y, puesto que estos filósofos ni dicen la causa ni es razonable que sea así, es evidente que ni los principios ni las causas de unos y otros entes pueden ser los mismos. Y aquel que uno creería que habla más de acuerdo consigo mismo, Empédocles, incurre en el mismo error. Pone, en efecto, un principio, el Odio, como causa de la corrupción, y, sin embargo, también éste parece generar todas las cosas excepto el Uno; pues todas las demás proceden del Odio, excepto el Dios. Dice, en efecto:
«de los cuales [proceden] todas las cosas que eran y cuantas son y cuantas serán después,
y germinan árboles y hombres y mujeres
y fieras y aves, y peces que se nutren de agua
e incluso dioses de larga vida».
Y, aun sin esto, es evidente. Pues, si el Odio no estuviera en las cosas, todas serían una, según dice Empédocles. En efecto, cuando se congregaron, entonces
«surgió el Odio en último lugar».
Por eso también ocurre que, según él, Dios, que es el más feliz, es menos sabio que los demás seres, pues no conoce todas las cosas, ya que no tiene en sí el Odio, y el conocimiento es de lo semejante por lo semejante. Dice [Empédocles]:
«Por la Tierra, en efecto, conocemos la Tierra, y por el Agua el Agua,
y por el Éter el divino Éter, y por el Fuego el Fuego destructor,
y el Amor por el Amor, y el Odio por el Odio luctuoso».
Pero, volviendo a nuestro punto de partida, esto al menos es claro, que, para él, el Odio no es en mayor grado causa de la corrupción que del ser. Y, de modo semejante, tampoco el Amor es causa del ser, pues al congregar hacia lo Uno, corrompe las demás cosas. Y, al mismo tiempo, no aduce ninguna causa del cambio mismo, sino que dice que es así por naturaleza:
«Pero, cuando el Odio creció en los miembros,
se alzó a los honores, cumplido el tiempo
que les ha sido fijado alternativamente desde un ancho juramento».
Dando a entender que es necesario cambiar; pero no indica ninguna causa de la necesidad. Sin embargo, es el único que dice todo esto sin contradicción; pues no hace a unos entes corruptibles y a otros incorruptibles, sino a todos corruptibles, excepto a los elementos. Pero la dificultad a que ahora nos referimos es por qué unos sí y otros no, si proceden de los mismos principios.
Así, pues, para demostrar que no pueden ser los mismos principios, baste con lo dicho. Pero, si son principios diferentes, surge una dificultad: ¿serán incorruptibles también éstos, o corruptibles? Pues, si son corruptibles, es evidente que también éstos procederán necesariamente de otros (pues todas las cosas se corrompen disolviéndose en aquellas de las que proceden), de donde resulta que hay otros principios anteriores a los principios, lo cual es imposible, tanto si se llega a un término como si se procede al infinito. Además, ¿cómo podrán existir las cosas corruptibles, si los principios se destruyen? Y si son incorruptibles, ¿por qué, saliendo de éstos, que son incorruptibles, han de ser corruptibles, mientras que, saliendo de los otros, serían incorruptibles? Esto, en efecto, no es razonable, sino que o es imposible o muy oscuro. Y, además, nadie ha intentado probar la existencia de principios diferentes, sino que dicen que los principios de todas las cosas son los mismos. Se limitan a mordisquear nuestro primer problema, como si lo tomasen por una fruslería.
11. Pero la cuestión más difícil de comprender y la más necesaria para conocer la verdad consiste en saber si el Ente y el Uno son substancias de los entes, y si el uno es Uno y el otro es Ente sin que cada uno de ellos sea otra cosa, o si debemos indagar qué es en definitiva el Ente y el Uno, convencidos de que subyace en ambos otra naturaleza.
Pues unos creen que tienen la naturaleza del primer modo, y otros, del segundo. Platón, en efecto, y los pitagóricos piensan que ni el Ente ni el Uno son otra cosa, sino que la naturaleza de ambos es ésta, puesto que su substancia es precisamente la substancia del Uno y la del Ente. Pero los que trataron acerca de la Naturaleza, por ejemplo Empédocles, dice qué es el Uno, como reduciéndolo a algo más conocido; parece decir, en efecto, que éste es la Amistad (pues ésta es, al menos, la causa de la unidad para todas las cosas). Otros, en cambio, dicen que es el Fuego, y otros afirman que es Aire este Uno y el Ente, del cual constan y han sido engendrados los entes. Lo mismo enseñan los que admiten la pluralidad de elementos; pues necesariamente tienen que37 contar también ellos el Uno y el Ente tantas veces cuantos dicen que son los principios.
Pero, si alguien no admite que el Uno y el Ente sean cierta substancia, resulta que tampoco lo será ninguno de los otros universales (pues éstos son los más universales de todos, y, si no hay un Uno en sí ni un Ente en sí, difícilmente podrá existir alguna de las otras cosas fuera de los llamados singulares). Además, si el Uno no es una substancia, tampoco, evidentemente, existirá un número como una naturaleza de los entes separada (pues el número consta de unida des, y la unidad es precisamente una clase de Uno). Pero si hay un Uno en sí y un Ente en sí, su substancia será necesariamente el Uno y el Ente; pues ninguna otra cosa se predica universalmente, sino éstas mismas.
Por otra parte, si hay un Ente en sí y un Uno en sí, será muy difícil comprender cómo podrá existir fuera de estas cosas algo distinto de ellas, es decir, cómo serán más de uno los entes. Pues lo distinto del Ente no es; de suerte que, según el dicho de Parménides, sucederá necesariamente que todos los entes serán Uno y que éste será el Ente. Pero de ambos modos es difícil. Pues tanto si el Uno no es substancia como si existe el Uno en sí, es imposible que el Número sea una substancia. Si, en efecto, no lo es, ya hemos dicho antes por qué; y si lo es, hay la misma dificultad que acerca del Ente. Pues ¿de dónde procederá otro Uno, fuera del Uno en sí? Sería necesario, en efecto, que no fuese Uno. Pero todos los entes son o uno o varios, cada uno de los cuales es uno. Además, si el Uno en sí es indivisible, a juicio de Zenón no será nada (pues lo que ni sumado ni restado hace que una cosa sea mayor ni menor, Zenón niega que sea un ente, dando por supuesto, claro está, que el ente es una magnitud, y, si es una magnitud, es corpórea; pues ésta es ente por completo. En cambio, las demás magnitudes, añadidas de cierto modo, harán mayor aquello a lo que se añaden, pero, añadidas de otro modo, no, por ejemplo la superficie y la línea, mientras que el punto y la unidad, de ningún modo.) Pero éste discurre sin duda groseramente, y cabe que haya algo indivisible, de suerte que, incluso así, también se puede replicar a Zenón (pues si se añade lo indivisible, no hará mayor, pero sí más numeroso, aquello a lo que se añade). Pero ¿cómo de tal Uno, o de varios tales, resultará una magnitud? Sería, en efecto, como decir que también la línea se compone de puntos. Pero, incluso si se supone que el Número, según dicen algunos, se genera del Uno en sí y de algún otro elemento no uno, habrá que investigar, sin embargo, por qué y cómo lo generado será unas veces número y otras magnitud, siendo así que el No-uno era la Desigualdad y su misma naturaleza. No está claro, en efecto, cómo del Uno y de ésta, o cómo de algún número y de ésta, pueden formarse las magnitudes.
Capítulo 5
DESARROLLO DE LA APORÍA DECIMOCUARTA
Es afín a éstas la dificultad de si los números, los cuerpos, las superficies y los puntos son o no substancias. Pues, si no lo son, no se alcanza a ver qué es el Ente y cuáles son las substancias de los entes. Pues las afecciones, los movimientos, las relaciones, las disposiciones y las proporciones no parecen significar la substancia de nada (pues siempre se dicen de algún sujeto, y nunca son algo determinado). Y, en cuanto a las cosas que principalmente parecerían significar una substancia —el Agua, la Tierra, el Fuego y el Aire, de los cuales constan los cuerpos compuestos—, sus calores y frialdades y demás propiedades semejantes son afecciones, no substancias, y sólo el cuerpo que ha sufrido estas cosas subsiste como un ente real y una substancia. Pero el cuerpo es sin duda menos substancia que la superficie, y ésta, menos que la línea, y ésta, menos que la unidad y el punto; pues por estas cosas se define el cuerpo, y éstas parece que pueden existir sin el cuerpo, pero es imposible que el cuerpo exista sin éstas. Por eso la mayoría de los filósofos, y entre ellos los más antiguos, creían que la substancia y el Ente era el cuerpo, y que las demás cosas eran afecciones de éste, de suerte que los principios de los cuerpos eran también principios de los entes; pero los posteriores y considera dos como más sabios que aquéllos, creyeron que eran números. Así, pues, según dijimos, si no son substancia estas cosas, nada en absoluto es substancia, ni nada es ente. Pues ciertamente no se debe llamar entes a los accidentes de estas cosas.
Mas, si se concede que son más substancia las longitudes y los puntos que los cuerpos, pero no vemos a qué cuerpos pertenecerían estas cosas (pues en los sensibles es imposible que existan), no habrá ninguna substancia. Además, todas estas cosas son indudablemente divisiones del cuerpo; una, según la latitud; otra, según la profundidad, y otra, según la longitud. Además, en el sólido está igualmente presente cualquier figura; de suerte que, si no hay en la piedra un Hermes, tampoco habrá en el cubo la mitad del cubo, como algo determinado; por consiguiente, tampoco habrá superficie (pues si hubiera una cualquiera, habría también la que delimita la mitad del cubo; y lo mismo puede decirse también de la línea, del punto y de la unidad, de suerte que, si el cuerpo es substancia en el más alto grado, y esas cosas lo son más que él, pero no existen esas cosas ni son algunas substancias, no alcanzamos a ver qué es el Ente y cuál es la substancia de los entes. Pues, además de las cosas dichas, también lo relativo a la generación y a la corrupción resulta irracional. Se admite generalmente, en efecto, que, si la substancia que antes no existía existe ahora, y la que existía antes deja de existir después, estos cambios los sufre con la generación y la corrupción. Pero los puntos, las líneas y las superficies, que unas veces son y otras no son, no pueden ni generarse ni corromperse. Cuando, en efecto, se unen o se dividen los cuerpos, simultáneamente se produce unas veces, al unirse los cuerpos, una sola superficie, y otras veces dos, al dividirse. De suerte que, después que se han unido, ya no existe, sino que se ha corrompido, y, después de divididos, existen las que no existían antes (pues, ciertamente, el punto, que es indivisible, no se dividió en dos). Y, si se generan y se corrompen, ¿de qué se generan? Pero sucede casi lo mismo que con el instante presente en el tiempo. Pues tampoco éste puede generarse ni corromperse, y, sin embargo, siempre parece ser otro, no siendo ninguna substancia. Y es claro que sucede lo mismo con los puntos, las líneas y las superficies; pues hay la misma razón. Todos, en efecto, son igualmente o términos o divisiones.
Capítulo 6
DESARROLLO DE LAS APORÍAS DECIMOTERCERA Y DUODÉCIMA
Y, en general, puede plantearse la cuestión de por qué hay que buscar también otras cosas fuera de las sensibles y las intermedias, por ejemplo las Especies que afirmamos.
Pues si es porque las Cosas matemáticas difieren de las de aquí abajo por alguna otra razón, mas por ser muchas de igual especie en nada difieren, de suerte que sus principios no serán determinados en número (como tampoco de todas las letras actuales son numéricamente determinados los principios, pero sí específicamente, a no ser que alguien considere las de esta sílaba particular o esta voz determinada, cuyos principios serán determinados también numéricamente —y lo mismo sucederá también en los seres intermedios, pues también aquí son infinitas las cosas de la misma especie), de suerte que, si no hay, además de los entes sensibles y de los matemáticos, otros, cuales dicen algunos que son las Especies, no habrá substancia una en número, sino en especie, ni los principios de los entes serán determinados en número, sino en especie. Si esto se sigue necesariamente, también será necesario, a causa de esto, admitir que hay Especies. En efecto, aunque no lo articulan bien sus partidarios, es esto, sin embargo, lo que quieren decir, y necesariamente han de decir esto: que cada una de las Especies es una substancia, y ninguna es accidentalmente. Pero, si afirmamos que hay Especies y que los principios son uno en número y no en especie, ya hemos dicho los absurdos que resultan necesariamente.
13. – En estrecha relación con lo anterior está la cuestión de si los elementos existen en potencia o de alguna otra manera. Pues, si existen de algún otro modo, habrá alguna otra cosa anterior a los principios (pues la potencia es anterior a aquella causa, y, lo que está en potencia, no todo llega a existir necesariamente de aquel modo). Pero, si los elementos están en potencia, cabe que ninguno de los entes exista; en efecto, está en potencia para existir incluso lo que aún no existe; pues se genera lo que no es, pero no se genera ninguna de las cosas que no están en potencia para ser. Así, pues, estas dificultades se plantean necesariamente acerca de los principios, y, además, si son universales, o como los que llamamos singulares.
12. Pues, si son universales, no serán substancias (ya que ninguna de las cosas comunes significa algo determinado, sino de tal cualidad, y la substancia es algo determinado. Pero; si se puede afirmar que es algo determinado y uno lo que se predica en común, Sócrates será varios animales: él mismo, el hombre y el animal, si es que cada uno significa algo determinado y uno. – Así, pues, si los principios son universales, resultan estas consecuencias; y, si no son universales, sino como los singulares, no serán escibles (pues la ciencia es siempre universal); de suerte que serán otros principios anteriores a los principios los que se prediquen universalmente, si es que ha de haber ciencia de ellos.
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